No me gusta la lluvia, no me gustan los días grises. Prefiero mil veces que haga sol, aunque me quede en casa viéndolo por la ventana, aunque no lo disfrute del todo. Nunca me ha gustado el gris. Es un color soso, insulso. Mucho mejor el contraste amarillo sol-azul cielo. Pero no sé cómo lo hago, son los días más nublados los que suelo salir más, hacer más cosas, romper mi rutina. Así que, con el tiempo, le he ido cogiendo un cierto cariño a esta escala de grises.
Ayer pasó igual, un cielo nublado que amenaza lluvia, y una llamada que ameniza la tarde. Fue apenas un merienda exprés, una conversación sin sentido con un par de amigos y mucho, mucho caminar. Demasiado para mí. Pero repetiría, eso sí, esta vez me llevaría paraguas y zapatos de deporte.