Cuando entras a una consulta nunca sabes lo que te vas a encontrar... y yo me encontré de bruces, sin preámbulos ni cordialidades, con una pregunta sobre parestesias en las manos.
En ese momento sabes que tu mundo ha quedado al descubierto, que tu parte más íntima está a disposición de ese médico convertido a juez, y tu futuro, en sus manos. Aprendes que las historias clínicas pueden llegar a ser traicioneras, pero que, en el fondo, lo que tenga que ser será… Así que decides abrirte y “confesar”, confesar algo que ya sabe.
Si os digo la verdad, fue un reconcomiento muy incómodo. Me daba la impresión de que el médico buscaba cualquier cosas para no calificarme como apta. Le costó. Venga a insistir sobre hormigueos, cosquilleos y demás (como para hablarle de mi extrañas sensaciones en las muñecas, me incapacita de por vida jaja). A decir verdad, igual no preguntó tanto, igual era lo que tenía que hacer; al fin y al cabo, mi trabajo es muy manual y más me vale no tirar ninguna muestra. Quizá yo estaba demasiado susceptible, quizá era yo la que no me veía capaz... porque, a veces nosotros somos nuestros peores jueces.