jueves, 6 de junio de 2013

Cada día

         Te refugias en tu habitación. Te sientas en la cama. Miras los moratones, los nódulos, las rojeces... y te preguntas que si, al menos, estará funcionando todo aquello. 
  
        Buscas un sitio sano, tratas de encajar un nuevo pinchazo entre las heridas, colocas el autoinyector y, mientras te autoconsuelas pensando que claro que funciona, pulsas el botón. 
        Aguantas el escozor, rezas porque no te de aquel efecto adverso que te dejó sin respiración días atras. Recoges, limpias, desechas la aguja.

        Abres la nevera, coges el gel frío, lo pones sobre tu nueva herida de guerra, lo quitas, lo guardas... Y Así, para siempre.


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